¡Salta, valiente!
Y no te quedes.
Y no te ahogues.
Vete por la ventana.
Vete sin hacer ruido.
Vete sin que te vean.
Pero vete
lo más lejos que puedas
en el tiempo y el espacio
y no mires atrás.
Vete, por favor, vete.
Y no escuches lo que digo.
Y no escuches lo que dice.
Y no busques más, imbécil,
que nunca hubo nada que
encontrar.
Pero tú ya lo sabías,
¿verdad?
Ilusa.
Idiota.
A veces juegas a creerte
que en el pecho guarda
algo para ti.
A veces, corazón,
creer no es suficiente.
Y me doy cuenta, y me
apuñalo.
Y tiro la toalla.
Y me niego.
Y te niego más de diez
veces al día.
Eres como intentar volar
sin alas,
como huir de un mal sueño
y que las piernas no respondan.
Eres, sin más.
Y ojalá sigas siendo
siempre.
Ojalá,
como el grito de un
soñador.
Ojalá,
mi deseo sin verbo,
te cumplieras una vez.
Sólo una.
Suficiente.
Y ojalá tanto que duela
y que queme
y que no me dejes
respirar.
Y entra.
Joder, ¡entra!
Desordéname este orden
que no me reconozco,
que tú no me conoces,
que no quiero
pero sí.
Dispárame a matar.
Dispárame en la herida.
Dispara.
Por favor, ¡dispara!
Y no me mires.
Y no me agarres.
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