Se disfraza de extrañeza,
como si no supiera nada. Yo también me
disfrazo. Supongo que es parte del
juego. Pero se me enreda por el pelo, en
idas y venidas, sin que me pueda soltar.
Y es que grita, otra vez, y no soporto que lo diga, pero me mata si se
lo calla. Se aleja, pero siempre
vuelve. Se queda, pero en realidad creo
que no está.
El tren llegará al
mediodía, y no sé si tendrá hambre, o sólo querrá descansar. Yo, por mi parte, lo quiero todo, y sin
embargo estoy desganada. Lanzo los dados
para no tener que decidirme, y dejo que pase, y no pasa nada. ¿Serán los kilómetros o la rutina? Será que soy yo la que no está.
A veces pienso que he
olvidado los motivos, pero lo esencial permanece, es infinito. Y ahí se queda, revoloteando, clara como el
día, translúcida y opaca, fría como este invierno, y me arropa, siempre cálida.
Agárrate fuerte, que no
quiero que te caigas. Quizás he perdido
el mapa, pero aún recuerdo bien el rumbo, y sé que tú también. Así que no desesperes, que para desesperanzas
ya tengo la mía, valiente y entregada, dispuesta, eterna, y repleta de
intenciones. Pero mide bien tus pasos,
que los hilos son finos, y hasta la fe a veces flaquea.
Así que hagamos las
apuestas: yo pongo mi alma, que palabras ya he dicho muchas. Tú pon las dudas sobre la mesa, que ya
levanto yo las cartas. Sin trampa ni
cartón, ni medias tintas, sólo verdades.
El todo por el todo, o si no, prefiero nada.
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