martes, 10 de diciembre de 2013

Se disfraza de extrañeza, como si no supiera nada.  Yo también me disfrazo.  Supongo que es parte del juego.  Pero se me enreda por el pelo, en idas y venidas, sin que me pueda soltar.  Y es que grita, otra vez, y no soporto que lo diga, pero me mata si se lo calla.  Se aleja, pero siempre vuelve.  Se queda, pero en realidad creo que no está.

El tren llegará al mediodía, y no sé si tendrá hambre, o sólo querrá descansar.  Yo, por mi parte, lo quiero todo, y sin embargo estoy desganada.  Lanzo los dados para no tener que decidirme, y dejo que pase, y no pasa nada.  ¿Serán los kilómetros o la rutina?  Será que soy yo la que no está.

A veces pienso que he olvidado los motivos, pero lo esencial permanece, es infinito.  Y ahí se queda, revoloteando, clara como el día, translúcida y opaca, fría como este invierno, y me arropa, siempre cálida.

Agárrate fuerte, que no quiero que te caigas.  Quizás he perdido el mapa, pero aún recuerdo bien el rumbo, y sé que tú también.  Así que no desesperes, que para desesperanzas ya tengo la mía, valiente y entregada, dispuesta, eterna, y repleta de intenciones.  Pero mide bien tus pasos, que los hilos son finos, y hasta la fe a veces flaquea.

Así que hagamos las apuestas: yo pongo mi alma, que palabras ya he dicho muchas.  Tú pon las dudas sobre la mesa, que ya levanto yo las cartas.  Sin trampa ni cartón, ni medias tintas, sólo verdades.  El todo por el todo, o si no, prefiero nada.

Bailemos.

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