Aquí huele a carroña…
Mira ahí, nos sobrevuelan
en círculos, como aves de rapiña que persiguen el desastre, esperando nuestra
muerte para alimentarse de los restos. Te
lo advertí, ¿te acuerdas? Ya te dije que
hacía tiempo que nos perseguían las hienas.
Pero ahora ya es inevitable… En
mitad de este desierto y sin nada que nos salve, somos presa de los buitres.
¡Tápate los oídos!
Aquí no llegan tus
dedos. No. No me alcanzan. Nunca consiguieron tocarme. Pero agarras lo que puedes y vuelas. ¡Bien por ti!
Ni siquiera te atreves a mirarme a la cara, con toda esa mierda... ¿Qué vas a hacer ahora? No hay premios, ni trofeos. No hay nada para
ti. No te incumbe, ¿lo ves? Deberías largarte.
Y el cuervo, entonces, me
arrancó los ojos.
Inteligencia carroñera,
movida por el hambre de un ego desganado.
Trabajaste cada migaja con la minuciosidad de un ebanista, hábil y
astuta cual zorra. ¡Y todas estas
molestias para nada! Al final, se te
atragantó también este bocado.
¿Está buena mi basura?
Yo ya conocía las formas,
y los caminos. Yo ya había sido
objeto. Pero supiste aprovechar el
instante (CARPE DIEM!) en el que el cadáver, antes de ser cadáver, agoniza y se
agarra a la primera mano que promete sacarle de la fosa.
Oportunismo carroñero.
¡Vuela, buitre! Ampárate en tu ejército de ratas, círculo
vicioso de puñaladas y trapos sucios, y perdones desteñidos. En sus filas todo es de cartón piedra,
decorado absurdo donde os devoráis unas a otras, y luego os laméis las heridas.
¡Demasiado interés tienes
tú en esto!
Y todo por obra y gracia
de Santa María Auxiliadora, patrona de todas las Hienas y demás Bestias
Carroñeras, que con el modus operandi de un político, de los que prometen hasta
que te la meten, se te fue masticando el cerebro mientras a mí me arrancaba las
tripas a picotazos. Pero aún tuerta,
ciega y manipulada, aún idiota, aún rota, recompuse cada una de las
partes. Cada odio, cada gesto, cada
palabra, cada minúscula partícula obsesiva de mi mente, cada idea
retorcida… Todo. Nada era mío.
Tu gran regalo.
Pero cada cosa tiene su sitio,
y ahora sí que es mío
el gran final.
¡Amén!
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