Se ha convertido en un hábito
el destrozo. ¡Cuánta torpeza!
La impotencia, la
conciencia de lo imposible pero palpable, al alcance de mis dedos…. Pero tan lejos. El delirio característico de mi yo ciego (o
más bien tuerto). Autocompasión
menguante y absurda, como absurdo el pensamiento, que seguramente ni sea
neuronal, sino cardíaco. Demasiado
tiempo en las nubes, demasiados mundos paralelos que se entrecruzan llegando a
transformarse en reales, hasta que la realidad los disuelve. Siempre se rompe algún cristal por el camino,
pero es que creo que a esa fragilidad la encuentro atractiva. Y otra vez voy y tropiezo, pensando en los
pasos que ni siquiera me atrevo a dar, pero que me llevan inevitablemente a la
caída.
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