lunes, 14 de enero de 2013

VEINTICUATRO


Hoy, mi uno de enero.

Veinticuatro inviernos empañándome los cristales de mi cuarto, de todos los cuartos en los que he dormido, aprendiéndome.  Y me faltan dedos para contar las veces que he perdido el equilibrio, las veces que he sentido ajenos mis propios acordes (y quizá lo fueron, no hace tanto).  Pero “sin equivocación no hay crecimiento”, y yo siempre (SIEMPRE) vuelvo de nuevo a mis canciones, a mis versos, a mí, más “yo” que nunca cada vez.

Fin y principio, un año termina y otro comienza.

Haciendo peripecias me he librado de los lastres y he subido las persianas.  Ahora sí, ahora hay luz, ahora brillo.  Y este olor a nuevo, a limpio, que me tiene como colocada, y me envalentona a poderlo todo.
 
Capaz, soy más capaz que nunca.

No te atrevas a malgastar tus ansias en perturbar mis sombras, que las he abandonado a su suerte a los pies de la cama, y ya no hay penas que me valgan.  Que me cansé de correr por la orilla sorteando tus olas y tus ruidos, y ahora ya no me alcanzas (ni tú, ni nadie).

Más lista, más seria, más desconfiada.

Y nueve de cada diez minutos, me lo vuelvo a preguntar...  Que no sé si en el pecho tengo mármol, o si late aún con los ojos de otra (que de los míos ya no salen ni las risas ni las lágrimas).  Así que vamos, no te achantes, que te saco a bailar ahora que he levantado el vuelo…

Pero te me escapas con las primeras luces a lomos de un león.

Y me vuelvo con la sensación de que ha pasado tiempo de más en el mismo número de días, y sin embargo se me antoja que cada catorce está paulatinamente más cerca del siguiente.  Es extraño, muy extraño (debo tener el reloj estropeado).

Creo que he envejecido de más este último año.

¡Felicidades!

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