Tú, y yo, y apenas tres metros por en medio. Y parece que no te conociera, parece que
fueses otro ser diferente (e indiferente, a mi retina), como si nada… ¡Como si nada!
Se me hace un nudo en la cabeza de tanto aguantarme, de
tanto apretar los puños para no explotar y salpicarte. Pero asciende por mi pecho esa arcada, ese
asco descomunal que has implantado en mi estómago, y tengo que salir corriendo para
ponerte a salvo de mi bilis.
Y a ti de repente se te envalentona el ruido, y yo me transformo
en silencio. ¿De verdad que no te
cansas? Que no eres capaz de darte
cuenta que hace mucho que tus arañas no me retuercen, que ya conquisté esa
cima, y ahora están todas muertas.
¡Gané!
Sí, ya lo sé, otra vez volví a perder el compás y el tempo,
pero no fui yo la que se dio la vuelta sin preguntar, sin dejar que me
despidiera de la que era mi parte inmortal.
Yo me quedé entreteniendo a las fieras…
Y ahora me he devuelto a mis acordes, en armonía con mi
propio ruido. La puerta está cerrada, mi
llave se ahorcó, tira ya la tuya… Y que
no se te ocurra volver.
Que entre tú y yo, aunque sólo haya tres metros, a mí me
parecen tres mil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario