Las tardes de tormenta me recuerdan a mí contigo, con la desesperanza
puesta y las bragas bajadas. Y toco el
cielo mientras llovemos, y tú relampagueas con esa fuerza que a veces aún echo
de menos. Apago la luz, no quiero
mirarte a la cara, no quiero verme desde tus pupilas, ya no. Prefiero cerrar los ojos y dejarme olear en
tus caderas, sin pensarme siquiera, sin pensarte nunca más.
Reconstruirnos con los cimientos podridos nunca fue una buena idea.
Lo has notado, ¿verdad? Se me ha
puesto el pelo de punta, y sólo has sido un rato de sueño macabro. Mejor sal de mis sábanas, y de mi
cabeza. Lárgate ya de aquí, que necesito
el hueco para otra. A ti ya no te miro,
ya nunca he vuelto a mirar de la misma manera desde que dejé de mirarte a ti. Y con este corazón exprimido ya ni siquiera
tengo miedo a las luces. Ni a caer. Ni a ganar.
Ni a morir.
“Todo irá bien”.
Pero hoy me he despertado sin sol, y es todo por tu culpa, que te has
colado en mi cama sin que yo me atreviera a impedírtelo (siempre me pillas con
la guardia baja). Ya lo sabes, amor, aún
tienes esa habilidad para visitarme desde lejos, aunque yo mantenga las puertas
cerradas. Y entonces me he levantado con
ganas de vomitar.
No te preocupes, sigues siendo la única, ésa con la que ya no quiero cruzarme
más.
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